domingo, 8 de mayo de 2016

cuento para nuestros nietos

A Rodrigo le habían regalado en su cumpleaños un precioso conejito 
blanco, así de pequeño, tenía el pelo muy suave y los ojos brillantes,
azules como cuentas de un collar. Se hicieron muy amigos, pero muy 
amigos, cuando el niño volvía a casa siempre entraba llamando a Lindo,
después de mucho pensarlo le llamó así. Eran inseparables, un día mientras jugaban en el patio de la casa, que la abuela tenía en la 
playa, alguien se dejó la puerta entreabierta y Lindo se escapó
 rápido como un suspiro, Rodrigo olvidando lo que tantas veces le
habían dicho: no salgas solo a la calle, salió corriendo detrás de él.
Corrieron, corrieron, corrieron hasta que de pronto Lindo se paró en
seco, había llegado a una roca a la orilla del mar y se asustó al ver 
tanta agua. Rodrigo aprovechó para, dando un salto, llegar hasta él y
cogerlo en brazos, pero resbaló y cayeron los dos al mar. Empezaron a
chapotear en el agua, pero no sabían nadar, el mar se los llevaba cada
vez más lejos y más lejos. Entonces apareció el Dios del viento, que se
llama Eolo y que aparece como una cara grande y redonda, así como la 
luna pero soplando, siempre soplando, así. Cuando Eolo está enfadado 
sopla muy, muy fuerte y se forman los huracanes que se lo llevan todo,
pero es muy amigo de los niños y, cando los vio en peligro, le pidió 
prestada un gota de agua a una nube, dijo: “Señora nube, déjeme una gota
de agua, pero de las grandes”, y la sopló y la sopló como si fuera un 
globo hasta que formó una colchoneta muy grande, muy grande y muy 
cómoda y, soplando despacito, la llevó hasta donde estaban Rodrigo y su 
amiguito. Estos cuando la vieron junto a ellos, ¡pumba! dieron un salto
 y se subieron a ella, entonces Eolo siguió soplando despacito,
despacito para no volcarla y los fue acercando hasta la orilla donde 
ya estaban la familia y los amigos buscándolos, y que no podían creer
que hubieran vuelto solos a la orilla. Entonces el niño contó lo de 
Eolo, pero no se lo creyeron, porque ya saben ustedes que los mayores 
no creen sino lo que pueden ver. Ellos se lo pierden, ¡claro, como 
están tan ocupados!
Todo el día corre que te corre. Después del susto Rodrigo no volvió a
desobedecer y como ya era muy bueno, sus papas le compraron una
 mochila mas grande para que pudiera llevar a Lindo al colegio, solo
podía sacarlo en el recreo, pero como era muy listo allí metido aprendió a contar hasta cinco, que era canario, que no se comía con la
boca llena que nunca, nunca se dicen mentiras y que había que 
estar siempre muy atento a lo que decían los profesores para el día de
mañana ser un conejo de provecho.

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