jueves, 12 de mayo de 2016

Bodas de antes

Ya estoy casada… desde que era chica me parece a mi que sí. Eso debió ser por aprovechar el vestío de primera comunión, porque esos grandes gastos no se pueden hacer ahora y después. Antes no era así ¡Oh! Yo no me acuerdo de haber estado soltera nunca. – Qué distintas eran todas las cosas chiquillas durante un montón de años, tú y tus hermanas bordando y cosiendo, haciendo el ajuar. Y si eran muchas hijas, la casa llena con tongas de cajas, sábanas, toallas, colchas de barbilla, eso solía ser tarea de la abuela, pero si no tenías abuelas, te la hacía tu madre o alguna tía mayor y con poca ocupación. Ah, y toda la ropa marcada con tus iniciales. ¡María Santísima si no era trabajo aquel! y jueguitos de tal o cual. Mi tío Agustín decía, la dote de las mujeres es todo cachondeo: juegos de café, juegos de cama, juegos de tú y yo, que nunca se usaban, yo los tengo nuevitos sin estrenar. Claro, cuando te levantas por la mañana muerta de cansá, rodeada de niños que no te han dejado pegar un ojo, no ibas a poner el jueguito para desayunar. Te tomas el café de pie, con un niño en el cuadril y otro trepándote por la pierna arriba pa coger la vez. Y tu marido mientras ¿ayudándote como los de ahora? no. El está diciendo, -_chacha, alongame la muda y un pisco café_ y se iba tan tranquilo y tan fresco como una lechuga, como ha dormido como un rey y tú te quedabas con la casa toda rebrujina. La verdad es que cuando sueñas con casarte pensabas en tu casita, y luego resultan ser tu casota. Cuando ya se sabía la fecha de la boda y mientras corrían las amonestaciones, había que ir a dar parte de boda a los amigos, para lo cual la novia y una hermana o en su defecto una prima, se pasaban un mes largo visitando tres o cuatro familias todas las tardes. A cada casa que ibas, te ofrecían café o chocolate y unas galletas, con lo cual, las novias de mi pueblo en vez de adelgazar con los nervios, engordábamos con los bizcochos lustrados, las galletas y el chocolate. Porque no se podía hacer el desaire de rechazar la invitación, eso jamás ni por nà . Cuando la boda estaba próxima, se hacía “la exposición”. Antes una persona que tú quisieras y que te quisiera a ti, te planchaba la dote con mimo y cuidado. La mía me la planchó Mª Luisa Estupiñán. Nunca olvidaré su paciencia, su sonrisa y el olor de la ropa recién planchada. En el mejor cuarto de la casa se exponía el ajuar con todos tus cosas bordadas, caladas, de barbilla y en fin, todo lo que habías ido juntando durante años. A lo expuesto se iban sumando los regalos que llegaban que como no habían listas de boda, se podía dar el caso que te regalaban 60 escudillas para desayuno. Treinta tenedores, ninguna cuchara, 22 sartenes y un delantal… Bueno, otro día lo cuento hilo por pabilo.

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