domingo, 24 de abril de 2016

cosas

La primera que se me viene a la mente son los bañadores, que cuando yo era niña, usaban las abuelas en la playa de Gando. Eran unos pantalones largos cogidos a los tobillos y una camisola, larga también, cerrada con botones hasta la misma barbilla, pero de algodón o lino blanco, que al mojarse eran completamente transparentes, o sea, que ríete tú de las actuales fiestas de las camisetas mojadas, que las pobrecitas mías quedaban “calatas” , como diría Vargas Llosa, o desnudas como Dios las echó al mundo que decimos nosotros, pero con el agravante de los estragos de la edad a la vista de todos. En eso se diferenciaban mucho de los siliconados bustos de las actuales camisetas mojadas. Otro envoltorio nada recomendable eran las hojas de periódico que se usaban para envolver el pescado, eso no podía ser más antihigiénico: hartos los periódicos de rodar por todos sitios y además con la tinta de la imprenta que aportaba su poquito de tóxico. ¡María Santísima! Con lo que sabemos todos hoy sobre conservantes, colorantes, aromas artificiales, fosfatos, tensioactivos, enzimas, tóxicos… que para salir a la tienda tenemos que limpiar los espejuelos con limpia cristales (sin alcohol y menos de un 5% de tensioactivos aniónicos) para leer todas las etiquetas, buscar las fechas de caducidad, que te ponen: “fecha de caducidad, buscar en la tapa del envase, o en el lateral” ¿Me quiere alguien decir qué trabajo les costaba ponerlo junto? Yo creo que los fabricantes piensan: “¿A mí me obligan a ponerlo? Pues yo te obligo a buscarlo”, algunas veces hasta con lupa. Pasamos de los periódicos y los entrañables cartuchos de papel con sus crujidos hogareños y que luego servían para un montón de cosas: encender el fuego, tapar los resquicios de puertas y ventanas cuando apretaba el frío, tapar las papas arrugas… Como decía pasamos de eso a las mal nacidas bolsas de plástico, indestructibles por los siglos de los siglos. Bolsas para bocadillos, para congelar alimentos, para la basura y los recipientes esos horribles que parecen de corcho donde te meten la carne, el pescado, la fruta y todo lo que se presente y que te llenan la casa y como nos descuidemos la isla. Por cierto, que me he dado cuenta de que muchas personas que recogen los excrementos (¡uf, que fina estoy hoy!) de sus perros ( mi enhorabuena mas ferviente para ellos) lo hacen con un plástico, con lo cual algo biodegradable al meterlo en la bolsa se convierte en indestructible, mejor una hojita de periódico, de la semana pasada, claro. Pero tampoco hay que escatimar demasiado en el uso de envolturas en determinadas ocasiones porque yo se de un muchacho que al irse de “pateo” echo todos los alimentos energéticos que llevaba para tres días, queso duro, frutos secos, gofio, miel, galletas de avena y yo que se cuantas cosas más, en la misma, en la misma bolsa y al dejar la mochila en el suelo, me temo que no con mucha delicadeza ( yo lo conozco a él) se rompió el frasco de la miel y tuvo que alimentarse todo el fin de semana de una mezcolanza pegajosa y viscosa, previo trabajo de Hércules de quitar uno a uno todos los cristalitos, y todavía se moría de la risa contándolo. Hay personas para las que cualquier contratiempo es una tragedia y otras, para los que casi todo es motivo de risa. Afortunados estos últimos.

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