Elenita
se cansó de vivir en un pueblo remoto, de ser la esposa del boticario y de que
todos supieran a donde iba y de donde venía, puesto que la mayor diversión y
también la única de las comadres era criticar sin ton ni son a todos los que
allí vivían o que, por las causas que fueran, por
allí pasaban. Se cruzó en su vida
Saulo por casualidad o quizás lo
quiso así el destino ¿O son la
misma cosa? Una mañana a la salida de la misa del alba, a la que
acudía para ahorrarse el inevitable mal
humor mañanero de su esposo, por
todo y por nada, no necesitaba motivos y porque al regresar después de alargar
la ausencia y entretenerse en
cualquier cosa hasta las ocho, volvía
relajada a enfrentarse con la jornada a sabiendas de que Tormento, su
marido, se llamaba Torcuato, pero ella lo llamaba Tormento, ya estaba detrás
del mostrador de la botica reidor y feliz como simulaba ser siempre delante de
los demás. Pues entonces ese día se encontró con un fotógrafo que cámara al
hombro se acerco y le dijo:
“¿Niña, dónde puedo encontrar al alcalde?” Elenita abrió los ojos como platos por lo de niña y
por la admiración y sorpresa que le produjo la presencia de tamaño mocetón,
rubio con los ojos verdes, espaldas de atleta y con una sonrisa que se le
desparramaba por toda la cara, y sin dar crédito a lo que veía, sonrió a su vez y le contestó: “Yo te
acompañaré hasta su casa”
Y tanto que le acompañó, pero no sólo a casa del
alcalde, porque cuando Saulo había terminado su trabajo de fotografiar el
pueblo, para darlo a conocer a través del periódico donde trabajaba y que duró
tres días, ella ya estaba convencida de que era el hombre de su vida y él, de
que Dios le había puesto delante a
aquella linda morenita, que apenas le llegaba al pecho, para que abandonara la vida disoluta que
hasta entonces había llevado y se recogiera, recomendación que continuamente le hacía su madre, además de las de que
comiera bien y se abrigara, aunque estuvieran en el mes de agosto.
Se habían conocido el lunes y el viernes, ya se fueron
los dos cogidos de la mano por la
calle mayor a las doce de la mañana. Lo habían convenido así, porque Elena, la boticaria como la llamaban, quería hacerles un regalo a sus
convecinas, quería que tuvieran
motivo para criticar durante todo el fin de semana. Se reía a carcajadas
imaginándose lo que se prolongaría la salida de la misa del domingo, seguro que
más de una dejaría la comida hecha la noche del sábado.
1 comentario:
La felicidad hay que agarrarla allí de donde salga y los tormentos y comentarios hacerles un nudo y tirarlos lo más lejos posible.
Me gusta como has hilvanado la historia, sus personajes y su moraleja.
Besos felices.
Publicar un comentario