Eso pienso, mientras recuerdo otros veranos más felices, en los que trabajaba como siete y apenas notaba el calor, no tenía tiempo, mis seis hijos y mis numerosas ocupaciones no me dejaban hacer partes meteorológicos, sólo pensaba en el tiempo para saber que ropa les iba a poner. Ahora mi casa está silenciosa, entonces era una barahúnda desde temprano, no había clases y por consiguiente me ahorraba las prisas del desayuno y de ponte esto y tú, aquello, y de arreglar a los pequeños pero la alegría fluía a raudales. Yo nunca creía que esa felicidad no iba a ser para siempre y nunca pensé que se pudiera echar tanto de menos semejante escandalera, ¡cuánto daría ahora por tenerlos a todos aquí, y a sus mujeres y a sus hijos y hasta a sus perros, aunque no tuviera un minuto de descanso. No lo sabía, pero eso es lo mejor de la vida. Siempre se lo digo a mis hijos y a mis sobrinos, disfruten de sus hijos, vivan esa época maravillosa que no volverá, rápidamente crecerán y, como es ley de vida, se irán de tu casa a formar otra familia y, aunque sean niños buenísimos y te visiten continuamente, tú sentirás la casa vacía, cuando no puedas ir a ver cómo están todos, a echarles un vistazo todas las noches antes de acostarte, bajo tu mismo techo, en la casa de todos.
1 comentario:
Sí, Conchi, desde que se hacen mayores van cogiendo tizo...
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