miércoles, 3 de agosto de 2011

¡¡¡Que calor!!!

    Eso pienso, mientras recuerdo otros veranos más felices, en los que trabajaba como siete y apenas notaba el calor, no tenía tiempo, mis seis hijos y mis numerosas ocupaciones no me dejaban hacer partes meteorológicos, sólo  pensaba en el tiempo para saber  que ropa les iba a poner. Ahora mi casa está silenciosa, entonces era una barahúnda desde temprano, no había clases y por consiguiente me ahorraba las prisas del desayuno y de ponte esto y tú, aquello, y de arreglar a los pequeños pero  la alegría fluía a raudales. Yo nunca  creía que esa felicidad no iba a ser para siempre y nunca pensé que se pudiera echar tanto de menos semejante escandalera, ¡cuánto daría ahora por tenerlos a todos aquí, y a sus mujeres y a sus hijos y hasta a sus perros, aunque no tuviera un minuto de descanso. No lo sabía, pero eso es lo mejor de la vida.  Siempre se lo digo a mis hijos y a mis sobrinos, disfruten de sus hijos, vivan esa época  maravillosa que no volverá, rápidamente crecerán y, como es ley de vida, se irán de tu casa a formar otra familia y, aunque sean niños buenísimos y te visiten continuamente, tú sentirás la casa vacía, cuando no puedas ir a ver cómo están todos,  a echarles un vistazo todas las noches antes de acostarte, bajo tu mismo techo, en la casa de todos.

 

1 comentario:

Moisés Morán dijo...

Sí, Conchi, desde que se hacen mayores van cogiendo tizo...