lunes, 9 de noviembre de 2009

Los finados

Nunca pensamos, por lo menos yo, que los finaos como decíamos nosotros tuvieran algo que ver con los muertos, que ese día se celebrara en memoria de los finados, de los desaparecidos.
Para nosotros, la chiquillería, era una fiesta de las más esperadas del año. Íbamos a merendar con nuestros amigos, debajo de la higuera más cercana a casa o al cercado de este o de aquel, ya les he dicho, por si esto lo lee un peninsular, que un cercado es el hermano pequeño y más modesto de una finca. Sé de más de una pareja que se formó en esos jolgorios. Comíamos cosas que habitualmente no había en nuestra casa: almendras, nueces, castañas, membrillos, manzanas, piñas asadas. Mi hermano Paco y sus amigos se encargaban de la parte aventurera de la fiesta que consistía en asaltar el cercado de Juanito Valerón, el del molino, para coger unas cuantas naranjas chinas, como entonces se llamaban, hoy, mandarinas y el cercado de Ritita, la del cura, que tenía unos guayabos blancos buenísimos e imposibles de encontrar en otro sitio. Las manzanas que eran pequeñas y dulcitas, eran las únicas que entonces había y se daban en San Mateo y en Valsequillo. Hoy vas al mercado y puedes elegir entre un montón, pero aquellas, como decía Bécquer, aquellas no volverán.
Mi tía Eloína, más que buena, santa mujer, nos concedía todos los caprichos que los demás adultos nos negaban, como si le fuera en ello la vida. En secreto y con una carita de santa que nunca olvidaré, nos decía, poniendo el dedo sobre sus labios: “¡Shisss, esto no ha pasado!”, aunque luego fuera ella misma la que se delatara contando a todos lo que había pasado y añadiendo a continuación: “La vida es muy corta, no se es niño más que una vez y poquito tiempo” Mi tía tenía la santa paciencia de secar tunos en la azotea, dándoles no sé cuantas vueltas para que no se pudrieran y ese día los abría y les ponía dentro almendras o cualquier cosa buena que se le ocurriera, como conserva de guayaba, se llamaba Conchita y venía en cajitas de madera que limpiábamos y guardábamos para cuando se acercaba la Navidad, señaladamente el día de Santa Lucia.
Plantábamos trigo en ellas y el día que montábamos el Nacimiento ya había crecido lo suficiente para que fueran los sembrados del Belén junto a la vegetación propia de Nazaret, palmeras, cactus... Además ese día tenía otro atractivo para nosotros, íbamos solos, ahora pienso que tal vez los mayores tenían otros pensamientos o recuerdos más tristes porque en la cocina, mientras se preparaban nuestros finaos, había también grandes baldes llenos de flores para llevar al cementerio.
Terminadas las viandas jugábamos y corríamos mientras había luz o como se decía entonces hasta “el sopuesto.”

1 comentario:

Moisés Morán dijo...

Está claro que la globalización se está comiendo todo. Nosotros tenemos que intentar que esas costumbre no desaparezcan y que los finaos, sigan siendo los finaos, y el hallowen (o como se escriba) pues no nos coma por los pies.