Sean de Tupperware de Rocasa o de Ikea, el destino
es el mismo, se esfuman, desaparecen, es un misterio similar al del Triángulo
de las Bermudas. Y no me pasa a mi sola, en todas las casas de mis familiares
hay un montón de cacharros de esos, pero ninguna tapa. Yo ahora, los compro de
esos de uno pieza, pero entonces se me pierde el cacharro entero, es luchar
contra los elementos. Es como si estrenas algo de ropa: una camisa, un
pantalón, una falda... y te lo manchas, ya se te mancharán siempre que te
lo pongas, pregunten, pregunten y verán que eso también pasa siempre.
¿Y lo de no encontrar las gafas de leer? Bueno, a lo mejor
eso sólo me pasa a mi. Muchas veces, he pensado que si me tocara la lotería
compraría cien pares de gafas y las repartiría por todos los cajones y muebles
de la casa, para no tener que pasarme la vida buscándolas. Los que no me
conocen pensaran: ¿Por qué no te
las cuelgas al cuello con un cordón? Pues porque entonces sería peor, porque me
gusta mucho la cocina y me paso allí muchas horas, y si las llevase
colgadas se podrían encontrar en sus cristales desde un pedazo de
pimiento o un puñado de arroz hasta una vieja de cuarto y mitad.
Mi madre también las usaba para leer y nunca hablaba
por teléfono sin ellas, apenas sonaba nos ponía a todos a buscarlas. Muchas
veces, las llevaba al cuello con un cordón, se lo decíamos, se las ponía y,
ahora si, ahora ya podía hablar tranquila.
Supongo que alguno de ustedes se acuerda de cuando los
teléfonos ni siquiera eran directos, solían estar colgados de la pared y eran
negros, enormes y feos. Para hablar con alguien, tanto si estaba al doblar la
esquina como en la Península, tenías que llamar a la central y esperar, unas
veces un rato y otras, unas horas. No se de qué dependía la tardanza, pero yo
siempre pensé que estaba en relación directa con el grado de amistad que te
unía a la centralista. Eso tenía sus inconvenientes y sus ventajas.
Recuerdo que una vez, estando mi madre operada en la
clínica Santa Catalina, me llamó mi hermana mayor para decirme cómo estaba y
para que les llevara unas cosas que necesitaba. Al poco de colgar me di
cuenta de que no recordaba todas las cosas que me pidió, entonces llamé a
la centralita y pedí que me pusieran con la clínica, ese era el protocolo que
había que seguir; la telefonista, una buena persona conocida por todo el
pueblo, me dijo: Pero mi niña, si hablaste ahora mismo- Si-le conteste yo- pero
es que no me acuerdo de lo que me dijo- Ella muy cooperativa me dijo: -A ver,
apunta, apunta, te dijo que tu madre estaba mejor y que le llevaras
camisones de dormir, fruta, pañuelos y las otras gafas- Yo le di las
gracias porque me evitó otra llamada con la consiguiente espera, pero me quede
pensando que si le preguntaba, seguro que me sabía contestar todo lo que me
decía mi novio, en aquel tiempo ferviente enamorado. No le pregunté, pero desde
entonces me pareció notar que siempre que nos encontrábamos me sonreía de
una forma pícara como diciendo -¡Hay que ver lo que te dijo anoche!-
Otra vez, un chico del pueblo me hizo unos versos alusivos
a mi nombre y me los leyó por teléfono. Nada mas colgar, me llamó la
telefonista para decirme que ella sabía, de muy buena tinta, que
este chico tenía una novia en Las Palmas, con el mismo nombre que
yo, dándome a entender que o bien yo no era la musa inspiradora o que el
susodicho galán mataba dos pájaros de un tiro. Yo creo que fueron las dos cosas
¿Te acuerdas de eso, chico de mi pueblo?.
1 comentario:
¡Que bueno es recordar aquellos tiempos! Especialmente a la telefonista, dándole vueltas a la manivela y enchufando cables. Saludos
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