domingo, 12 de septiembre de 2010

Loteria

Antonio trabajaba en la delegación de Hacienda, era un día  caluroso de un verano que parecía interminable, la ropa se le pegaba a la silla de skay, odiosa silla que lo perseguía hasta  en sueños. Hacía pocos días que había soñado que al salir del trabajo, la silla se negó  a desprenderse de él y que tuvo que arrastrarla hasta su casa  en medio de las burlas de todos y que sólo cuando llegó al portal  se  soltó sola y un rostro sarcástico que se había formado en el respaldo le dijo: “no te libraras de mi, te espero aquí, a donde tu vayas yo iré contigo”. Se lo contó a su mujer: “He tenido una pesadilla” Ella se rió a carcajadas y le dijo: “Que negativo eres, yo lo interpreto de otra forma, te da la seguridad de que como funcionario con oposiciones nadie te va a quitar  tu sitio”. Si ella supiera lo harto que estaba de esa seguridad, de esa monotonía, ¡Qué ganas tenía  de llegar a casa y descansar! . Se levantó, le hizo una seña con la cabeza a su compañera de despacho, no hacía falta más, a fin de cuentas ella salía todos los días al mercado en horas de trabajo. Se tomaría una cerveza fresca  y echaría una bonoloto y, ya de paso, miraría la primitiva de ayer. Cuando entró en el estanco había varias personas sellando sus  boletos  y en el primer momento no logró ver la quiniela ganadora que, como siempre, estaba expuesta. Cuando pudo verla le pareció que el corazón se le paraba: ¡Le había tocado! A tientas, sin atreverse a sacarla, comprobó que la tenía en el bolsillo, no tenía que mirarla se la sabía de memoria, eran todas fechas señaladas de su vida: su cumpleaños, el de su mujer, el día  de la boda … No se molestó en volver al trabajo, ya no tenía calor, estaba pletórico, ni recordó que tenía el coche en el garaje, se dio cuenta de que más que caminar corría  hacía su casa. ¡Qué contenta se va a poner Mariana! Se comprarían la casa en la playa, viajarían, irían a los mejores restaurantes, a ella le compraría todos los vestidos, los abrigos, los bolsos, todo para ella: ¡La quería tanto!

Y él, ¿qué capricho se daría? Entonces recordó que en el telediario había oído que un científico, un investigador, había creado un aparatito que, poniéndolo a modo de sonotone, podía adivinar el pensamiento de todo el que estuviera cerca. Corrió hasta la dirección que conocía por las noticias: “Pídame lo que quiera, pero véndame ya uno de esos”. Le explicó el funcionamiento, se lo puso y salió loco de contento hacía su casa. A su alrededor todo parecía más bonito, más luminoso. Ahora podría saber lo que querría Mariana antes de que se lo pidiera. Atendería siempre sus caprichos, sus deseos. ¡Qué felices serían!. Se reía sólo pensando en la sorpresa de ella, en su alegría.

Al llegar, la portera le sonrió y  pensó: “Ya viene el cornudo, espero que su mujer sepa que hoy llegaría antes, sino se va a encontrar la cama ocupada”, pero le dijo: “¡Buenas tardes Don Antonio, ¿Qué buen tiempo verdad?”  ¿Cornudo?, no. Estaría pensando en alguien que venía detrás de él, seguro. 

Subió las escaleras de dos en dos, abrió la puerta, su  esposa estaba leyendo y le dijo sonriente: “Querido que bien que  hayas podido venir antes hoy, trabajas mucho mi amor”, pero pensó: “¡Viejo decrépito! Casi lo encuentras en la escalera, ¡muérete ya y evítame estos sobresaltos!”

Temblando, Antonio llegó hasta la cocina, allí estaba la criada fregando los platos de la merienda y le dijo: “Buenas tardes señor, ¿se encuentra bien, quiere que le prepare una tisana? Esta muy pálido”, pero pensó: “¡Tonto, tu matándote a trabajar para que la pendeja esta viva como una reina y mantenga al otro! ¡Hay que ser gilipollas!”

Antonio salió corriendo sin dar explicaciones.  Fue al notario más cercano, legó  la mitad del importe  del premio al asilo de ancianos de la ciudad, redacto una carta para su esposa que empezaba diciendo: “Mi, en otro tiempo, querida esposa”  donde le relataba todo lo que había pasado, dejó el encargo al notario de que la entregara en mano cuarenta y ocho horas  después a partir de ese momento.  Tiró el aparatito al suelo, lo pisoteó hasta destrozarlo . Llegó a su casa  preparó la maleta, pasó por delante de su esposa, que apurando sus últimas horas de la buena vida de mantenida, sin saberlo,  saboreaba un rico aperitivo y le dijo: “El próximo te lo tendrás que pagar tú” y partió hacia Río de Janeiro con un billete sólo de ida.

 

2 comentarios:

Moisés Morán dijo...

Muy bueno Conchi, me he reido mucho. Moises

Anónimo dijo...

En la misma línea habitual de Conchita; un mensaje para pensar con grandes dosis de humor, simpatía y arte. Enrique.