martes, 13 de julio de 2010

Eloisa

Dando tumbos, sin apenas mantenerse en pie, Miguel metió la llave en la cerradura y entró en su casa, todo era silencio y oscuridad, solo se oía el ruido monótono de la nevera, entro en el dormitorio. Su esposa, Eloísa se había dormido rodeada de los niños y de los  cuentos de  que seguramente les leyó antes de que cayeran rendidos y felices. Las  borracheras y las trasnochadas de él eran tan frecuentes que ya no le quitaban el sueño. Esa noche Miguel se encolerizó al darse cuenta de que aquella mujer que se  casó con él tan enamorada ya no lo necesitaba. Se había hecho su vida aparte, ya no le reprochaba, ya no le importaba a qué hora venía, ni con quién estuvo, su felicidad o su desdicha ya no pasaban por él, lo dejaba al margen. Mirándola, añoró aquellos tiempos en que lo esperaba llorosa, preocupada, con el bebe de turno en brazos, rogándole que no gritara, que no despertara a los otros niños. Sintió que ya no ocupaba ningún lugar en su corazón, creía que ella lo amaría eternamente, sin tener que merecerlo. No en vano era el más guapo, el más galante, el más señorito de los muchos pretendientes que ella tuvo. Mirándola dormir apaciblemente entre los niños, sintió, más que nunca, que ya no era suya, ya lo sabía, pero le dolía reconocerlo. Pensó que si el desapareciera no se alteraría aquella imagen  de paz, en  cambio, si fuera ella la que faltara sus hijos se refugiarían en él.

 Cogió a los niños, los llevó hasta sus camas, volvió  junto a ella y la miró ¡Qué bonita era¡ pero ya que  no era suya, no sería de nadie. Le cubrió la cara para no verla y la estranguló    después, lloró, la  acarició, la besó,  le pidió cuentas de su desamor. Uno de los niños, que se despertó cuando Miguel lo cogió, y que   en duermevela oyó llorar a su padre estaba en la puerta del dormitorio, mirándolo todo con los ojos muy abiertos, sintiendo que le costaba respirar. Miguel corrió hacia él, lo cogió  en sus brazos, el niño perdió el conocimiento como si su cerebro se negara a entender lo que había pasado allí.

El padre trataba de reanimarlo, le mojaba la cara, lo sacudía, mientras pensaba: ¿sabe?, ¿recuerda?, ¿lo ha visto todo?.Cuando el niño despertó, miró a su padre horrorizado, se desprendió de él y corrió a meterse en la cuna de su hermano pequeño y, abrazándolo, lloraba inconsolable. Parecía saber que ellos eran los que más  perdían con aquella tragedia.

Miguel telefoneó a su tío Eleuterio, era el médico del pueblo y además su padrino. Se lo contó todo, él le dijo:

- No dejes que nadie entre en el dormitorio, seguramente habrás dejado marcas en su cuello, sólo está pendiente de mi llegada, no le abras la puerta a nadie. Supongo que los niños dormirán.

- Manuel está despierto. ¡Ven ya!, casi va a amanecer, pronto se verán luces en las casas vecinas. ¡Date prisa!

– ¡Miguel, carajo, compórtate como un hombre por una vez en tu vida!

 A las cuatro y cuarto de la madrugada llegó el médico. La casa, de una planta, estaba en una urbanización nueva a unos tres kilómetros del pueblo. Lo primero que hizo fue  darle al niño  un poco de agua con unas gotas de barbitúrico. Después entró en el dormitorio, no pudo evitar un sollozo cuando la vio.

-¿Cómo has podido Miguel?, ¿Cómo has podido? Venga, hay que vestirla con alguna blusa o vestido que le cubra el cuello, que nadie pueda ver esas señales, saca algo que a ella le gustara ponerse. Le dirás a su madre que no querías que la vieran en camisón sino como más guapa estaba. Ellos lo entenderán, siempre fue muy cuidadosa en el vestir. Yo certificaré que murió de un ataque cardiaco, en su familia ha habido varios antecedentes-

La vistieron entre los dos.

- Diré que me llamaste muy asustado, que vine enseguida pero que a pesar de los esfuerzos por reanimarla no pude hacer nada por salvarla.

Mientras hablaba, abrió su maletín sobre el tocador, rompió ampollas y las vació, sacó agujas y jeringuillas, montó un falso escenario de primeros auxilios. Voy a casa de sus padres, pueden necesitarme cuando se enteren de la desgracia.

– ¡Tío!, ¿vas a dejarme solo? ¿Y si se despiertan los niños?

- ¡Cobarde! Me avergüenzo de ti, egoísta. ¿Cómo no pensaste en  la soledad a la que condenabas a tus hijos?

El médico salió  rápidamente, subió al coche, al ponerlo en marcha y encender las luces, estas iluminaron el porche de la casa y le pareció ver allí  a Eloísa, con el pequeño en brazos y los otros dos cogidos de su falda como solían. Ella, bonita, sonriente, cariñosa, le despedía como siempre. Él se apoyó en el volante y lloró durante un rato, después se limpió los ojos y salió de allí.  Al llegar a la entrada del pueblo detuvo el coche y esperó que amaneciera, enfiló la carretera y en un  minuto llegó a su destino.

- Doctor, ¿A dónde va tan temprano? ¿Necesita algo?

- Sí, tengo que hablar con el comandante de la Guardia Civil, tengo que denunciar el más horrible de los crímenes

Pasado un rato  salió y se dirigió a casa de los padres de Eloísa a contarles la horrible verdad.

1 comentario:

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