viernes, 2 de julio de 2010

Cartas

Doña Concha, sentada en la mesa de la cocina, con las gafas en la punta de la nariz y el pelo recogido en un moño, parecía la imagen de la secretaria eficiente y lo era, además, sin sueldo.Era una de las maestras del pueblo, Muchos vecinos acudían a su casa: “escríbame una carta que yo no se”. Eran cartas de padres a hijos, de asuntos familiares, de negocios. Pero las muchachas jóvenes preferían a su hija para las cartas de amor. Sabían que María les pondría lo que ellas quisieran sin escandalizarse e incluso añadiría algunas cosas bonitas de su cosecha y, claro, luego les leería las contestaciones. Las leía ella primero para limarlas un poco, para añadirle alguna cosilla que sabía que sería de su agrado o para quitar alguna animalada, que más de un caso se daba, como cuando Carmensa recibió las tan esperadas noticias de Simón, su novio, que estaba haciendo el servicio militar en Tenerife y que mientras ella contaba los días y las horas que faltaban para Navidad, el muy bruto le decía: “Carmen en Navidad no puedo ir porque las perras que tenía ahorradas, me las gasté en putas”. María cambió ese párrafo por: “Carmen, no puedo ir a verte porque las perrillas que tenía ahorradas, me las robaron un día cuando estaba de guardia”. Y Carmensa también cambió el muy probable “hijo de la gran p…” por un tierno “mi niño lindo, pobrecito, con las ganas que tenía de verme…¡qué mala suerte!”

María se encargaba también de planear las estrategias para que algunos amores imposibles, sólo epistolares, pudieran tener algún encuentro físico, siempre de los más castos como entonces se estilaba. Lo más íntimo que podía haber eran unos besos, eran otros tiempos.

María también hacía que las rupturas fueran más leves y las declaraciones más ardientes, no en vano estaba en su pluma el poder de contentar, ¿por qué iba a amargar? Un día Luisa que era una niña tierna y romántica , vino con una carta de un pretendiente que casi la solicitaba más como criada que como enamorada ., Maria sabedora de que a Luisa le gustaba el chico y de que leyéndosela tal como era la iba a desilusionar, le dijo –tiene una letra muy mala la tendré que copiar con mi letra para poder leértela, ven esta tarde-. Cuando Luisa volvió, del original no quedaba más que la firma, la niña se fué a su casa con la carta apretada contra su corazón y la felicidad no la dejo dormir en toda la noche. Con el tiempo, María se especializó en preciosas cartas de amor que no tenía a quién mandar. Cuando empezó a trabajar en el Ayuntamiento como secretaria, le era muy difícil escribir “Distinguido Señor” en vez de “Amor mío” para encabezar los escritos.

Pero una tarde, cuando iba por la calle, notó que un muchacho la seguía hasta que entró en su casa. Al día siguiente, las hermanas recibieron una carta a nombre de las tres declarando un enamoramiento fulminante. Al final decía: “Yo no se tu nombre pero tú sí sabes a quién va dirigida mi carta. Soy el que te siguió por la calle hasta llegar a tu casa. Allí me quedé con cara de tonto hasta que pasó una señora y le pregunté cual es el nombre de una chica que vive aquí. Dijo que eran tres y me dio sus nombres. Mañana a la misma hora pasaré por tu puerta Si me quieres conocer, asómate a la ventana”. Y María se asomó, ¡era tan bonito lo que decía! Lo que vió, fué a un chico moreno y alto con una sonrisa enorme que le dijo a gritos –quiero verte- ella siguiendo el juego le contesto -ya me estas viendo- -si pero donde no tenga que hablar a gritos y donde pueda ver de que color son tus ojos-

-Nos veremos el domingo a la salida de misa mayor- ¿El domingo? Pero aún falta mucho, hoy es solo jueves. Ella dijo –mas faltaba ayer que ni siquiera nos conocíamos sonriendo y diciendo adioses con la mano se metió en casa pues ya estaba oyendo a su madre preguntar ¿Niñas que es esa escandalera? Y entró corriendo en el cuarto de estar a contar a sus hermanas que estaban tan alborotadas como ella, no hacia falta pues lo habían visto todo desde otras ventanas, pero lo tuvo que repetir varias veces, sobre todo la impresión causada por el chico. Maria con las manos cruzadas sobre el pecho como si temiera que el corazón se le escapara y con él la ilusión que estaba viviendo, daba vueltas bailando por todo el cuarto contando y cantando-.

Durante esos dos días, lo soñó a cada instante. Desde el sábado tenía en una silla en su cuarto la ropa que llevaría el Domingo, el viernes vino la hija de la modista que les hacia la ropa a las hermanas para que le escribiera una carta para su novio, Maria le dijo que no, que no podía, que volviera el lunes, nunca se había negado hasta ahora.

La misa mayor era a las diez, después de un sermón interminable del señor párroco del que ninguna de las tres hermanas oyó ni una sola palabra, recibieron la bendición y salieron todo lo rápido que la buena educación permitía, la madre trató de retenerlas pero fué inútil.

En la plaza destacándose de todos con los ojos puestos en la puerta de la iglesia estaba él, las hermanas sabían que tenían que desaparecer, que dejarla sola, eso en ese tiempo solo se podía hacer en un sitio concurrido como era la plaza en ese momento, Maria lo había pensado en el momento de citarlo, no quería ninguna carabina en ese primer encuentro, avanzaron el uno hacía el otro con las manos extendidas él le dijo –tenía que ser así, tienes los ojos mas bonitos del mundo-

- tu también dijo ella-

Los dos pensaban en ese momento que el amor a primera vista lo habían inventado ellos se cogieron de las manos y un escalofrío les recorrió el cuerpo entero.

Desde entonces, María seguía escribiendo cartas ajenas, pero las más bonitas, las más sentidas eran para él. Aunque claro, todas las parejas de las que era escribidora, se beneficiaron del aparente estado de gracia en que estaba desde que lo conoció.

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