sábado, 22 de mayo de 2010

Marimandona

Se llama Asunción, la llaman Asun y manda más que un almirante en plaza. Parece que no tuviera más misión en la vida  que la de destruir los momentos felices de los demás.

Cuando su marido trae a sus amigos a casa para ver ese partido de fútbol tan interesante,

ella no puede entender que, habiendo un televisor en casa, a él no le guste verlo solo y pretenda, sólo pretenda, salir a verlo con sus amigos en el bar  o en casa de uno de ellos, al final concede que sean ellos los que vengan, aunque luego este un mes echándoselo en cara. Cuando están todos ensimismados y en silencio para no perderse nada, ella se pondrá atravesada en la puerta del cuarto de estar y preguntará por la familia de todos, sólo por molestar. Y cuando estén todos casi sin respirar, esperando que su equipo rompa el empate, se presentará con el limpiacristales y un trapito diciendo que antes le pareció ver que la pantalla de la tele estaba sucia y, sin más preámbulo, lo limpia entre los gritos de protesta de todos, menos de su marido que la conoce y sabe que el más mínimo comentario adverso puede acarrearle multitud de tareas extras  durante los meses siguientes, como por ejemplo del tipo de: “¿Qué haces hay sentado si hay que cambiar el fechillo de la puerta de la cocina y ordenar el garaje? Y ponte el chándal, que te tengo dicho que te lo pongas nada más que llegues a casa para que no se te arrugue la ropa del trabajo. ¡Claro, como el señorito ni lava ni plancha!”

Luego, si al pobre “señorito” se le ocurre meterse en la cocina a prepararse algo de cenar, para que ella no tenga ocasión de recriminarle que está esperando a que le pongan el plato delante,  entrará de estampida para  decirle que no vaya a ensuciar nada, que no es esa la sartén que tiene que usar, que cuando ha visto el que los huevos se batan así y una letanía interminable que sólo acabará para decirle a su hijo, que acaba de llegar, que la tele está muy alta, que más le valdría recoger su cuarto  y limpiarse los zapatos  y

pasarle un trapito a la pantalla del ordenador y, ya de paso, sacar al perro y acercarse al super  y comprar  un pizquito de hierba huerto para la sopa.

Después dirá que está agotada y lo está, pero de tanto mandar y hasta el perro cuando llega a la calle se estira  y respira aliviado disfrutando hasta que tenga que entrar y oírla decir: “¡Claro como está aquí la criada no hay problema, que ya se enteraran ellos cuando ella falte!”

1 comentario:

Moisés Morán dijo...

Hay de todo como en la viña del señor...