domingo, 15 de marzo de 2009

Pinito

Nadie sabía la edad de Pino. Vivía en lo alto del pueblo con su hija Carmen, más parecían hermanas que madre e hija. Tal era así que una vez Manuel el sacristán le preguntó: Oiga Pinito, ¿qué edad tiene su hija Carmen?. Ella, después de pensarlo un rato dijo: Yo creo que mi hija Carmen y yo somos de la misma edad. Yo me acuerdo de estar sin mi marido, sin mi hijo Blas, sin mi hijo Tomás, pero nunca sin mi hija Carmen, si somos de la misma edad.
Ella pensaba que el pueblo era suyo. Llevaba tanto tiempo allí y todos la querían y respetaban. Lo mismo cogía una fruta de una cesta que estuviera a mano que entraba en cualquier casa y pidiendo un “buchito” de café a gritos desde el patio, o se metía en una discusión familiar para dar su opinión, pero nadie se molestaba por eso, es más, la tenían en cuenta.
Ella le quitaba importancia diciendo: sabe más el diablo por viejo que por diablo y yo soy de las más viejas del pueblo.
Salía todos los días temprano con un pañuelo en la cabeza, la pañoleta y los brazos cruzados sobre su hermosa barriga. Recorría el pueblo más de una vez. Vivía cerca de la Iglesia y bajaba hasta el Ejido, parándose cada vez que tenía ocasión de hablar con alguien. Entre grandes risas explicaba su paseo mañanero. Fíjate muchacha, si “me queo” en mi casa, tengo que ayudarle a Carmen con los quehaceres, y a sabes que siempre hay una “tonga” de cosas que hacer, por eso, “más na” que me arreglo, me echo a la calle que me gusta más y no vengo hasta la hora de comer. Los paseos de Pino eran como el Sol, todos sabían que más tarde o más pronto aparecía y la esperaban.
Era la encargada de hacer los mandados. Pino, dile a mi comadre Josefa que venga a ayudarme a descamisar las piñas. Pino dile a Salustiano que el domingo cogemos las papas, que vaya a comerse un sancocho y a echar una mano de paso. Pino, pregúntale a Aurelita si puede hacerme unos bizcochos lustrados para el día de la maestra.
Ella era también la encargada de repartir los chismes por todo el pueblo, pero eso si, sin mala intención. Sólo era parte de su cometido como gacetilla local. Si alguien se adelantaba con un cuento, siempre había quien decía: “pues a mi Pino no me ha dicho nada, mañana se lo pregunto”.
Sabía quién se iba a casar, quién se había muerto. Bajaba por la Bagacera hasta el Ejido donde siempre tenía el encargo del Practicante de comprarle unas viejitas frescas si venían las barqueras de Gando. Luego subía por la calle de adelante hasta la Cartonera. Allí se sentaba en una piedra para hablar y reír con las mujeres que estaban lavando la ropa. Nunca tenía prisa, ¿para qué?. En la acequia se cargaba de chismes que repartía al día siguiente por todo el pueblo.
Eso sí, Pino era una buena mujer y siempre lo justificaba todo. Cuando le contaron que un señor del pueblo tenía una querida y que esta era una mujer frescachona y ocurrente a la que la vida le parecía un regalo
inmerecido y que por tanto disfrutaba cada minuto como si fuera el último. Se puso muy seria y dijo: claro mujer, tiene que ser así. Si la mujer de el, no fuera tan estirada que parece que se ha tragado una firga y no se mueve ni se ríe, no valla ser que se le pinche como si fuera un pulpo. Pues eso, si no fuera así su marido, tan simpático y tan listo, no hubiera tenido que buscar a otra que le hiciera la vida más llevadera, que le hiciera olvidar todas las miserias que ve todos los días y que se sabe incapaz de solucionar.
Es más, dijo Pino, yo creo que ellos dos se meten en la cama sólo para reírse, para descargar las tensiones de todo el día sólo que una vez allí ya sabes, ella es tan guapa y tan buena moza y el tan joven y bien dotado y la carne es débil ¡¡ y que carajo !!. Que disfruten ahora que pueden que luego el tiempo pasa y un día se dan cuenta que donde hubo ya no hay. Y entonces será tiempo de añoranzas, de caricias y de ¿te acuerdas cuanto?. Hay mis hijos, cuándo se dará cuenta la gente de eso !
Los jóvenes también la querían, no en vano era alegre y bulliciosa como ellos. Cuando Eduvigis le contó asustada que se había enamorado de su primo, ella le dijo: “ en ningún sitio está escrito que los primos no puedan quererse, y si está escrito, se borra. Porque si está escrito que todos los hombres son hermanos y se pelean y se matan entre sí como perros. Así que yo hablaré con tus padres y si se ponen burros les recordaré algo de su mocedad, que algo malo digo y que habrá y si no hay me lo invento. Que Dios sabe que hay mentiras por maldad y mentiras por necesidad y estas las perdona, que bien sabe Él que yo de las otras no digo ni una, pero de estas las que haga falta.

1 comentario:

Moisés Morán dijo...

Ayer copie tu relato y lo metí en mi Ebook. Me gustó mucho. En todas los pueblos siempre hay una "Pinito". En mi calle, había un personaje parecido que nosotros la apodábamos "La periodista".