sábado, 28 de junio de 2014

Luna de miel

El carácter duro de su esposo helaría sus niñerías de novia. Recién terminada la ceremonia matrimonial miro furtivamente a Jordán. Admirando su estatura. Con el traje oscuro de boda, parecía aún más alto. El permanecía en silencio mientras andaban cogidos del brazo desde la capilla hasta la casa enorme y extrañamente silenciosa. Sabía que la amaba profundamente pero nunca se lo decía. Entraron en el vestíbulo, allí estaba preparada la mesa para el banquete nupcial. Brillaban los cubiertos y los candelabros de plata sobre el mantel de encaje. Esparcidas sobre él, varias jarras de cristal que contenían rosas rojas y blancas. Pero a Marian le era imposible sentir en su corazón la alegría de una fiesta preparada con tanto esmero. Los comensales la miraban, –pensaba ella– con pena como si supieran algo que ella debía de saber pero que ignoraba. Se conocieron en el campo. Él le contó que vivía en la casa familiar a unos cincuenta kilómetros. Volvió otras veces. Solo habían transcurrido unas semanas cuando mientras paseaban, él se adelanto, la hizo detenerse y le pregunto “¿quieres casarte conmigo?” –¿pero si apenas nos conocemos, sólo tengo veinte años, a qué vienen esas prisas?–. Él contestó, “se lo que quiero y lo que quiero eres tú”. Ella consideraba a Jordán un amigo y la idea de casarse con él le resultaba extraña. Después, pasados unos días, su ingenuidad, sus pocos años, le hicieron imaginarse una vida feliz junto a él, un hogar, unos hijos. Siempre había soñado con una noche de bodas tierna y romántica. Desconocía la pasión y eso fue lo que encontró. Un hombre brutal que le destrozó su precioso vestido de novia, la arrojó en la cama y prácticamente la violó. Una especie de locura flotaba en el aire, ¿quién era ese hombre, eran así las relaciones entre los esposos?. Temblando se levantó y cubriéndose con la colcha se asomó a la ventana. Él mientras dormía y hablaba en sueños cosas ininteligibles. Pasó el resto de la noche sentada en una silla imaginando mil maneras de volver a casa de sus padres sin que su marido pudiera impedirlo. Con las primeras luces de la mañana bajó a la cocina. Los muebles le parecían enormes y tétricos nunca imaginó así su hogar, no quería pensar en que tendría que vivir allí. Al entrar, una criada hermética y ceñuda sin contestar a su saludo, le preguntó –¿le preparo el desayuno o va a esperar al señor?– no, contestó Marian “Tomaré algo caliente, tengo frió, mucho frió”. Abrigándose bien salió al jardín ¿cómo podían oler tan bien las flores y estar tan bonitas mientras ella se sentía tan perdida? No quería entrar. Avanzada la mañana vio venir hacia la casa a un hombre atractivo, bien vestido, que recordó haber conocido en la ceremonia nupcial. Si, estaba segura, era Rodrigo el médico de la familia. Tenía que pedir ayuda. No podía seguir allí. Se lo contó todo.Venga esta tarde a mi consulta, le dijo él, aquí no podemos hablar, diga que va a la iglesia. Jordán no apareció en toda la mañana, a la hora de comer tampoco, se sentó sola a la mesa. Como en la comida de bodas había muchas cosas pero a Marian le parecían de mentira, el comedor entero parecía un decorado. Pidió un plato de sopa y una manzana asada, ganándose una mirada de desprecio de la criada, luego la mandó al dormitorio a buscar un abrigo, tenía miedo de encontrarse con Jordán. Salió de la casa a escondidas volviendo la cabeza a cada instante por si alguien la seguía. Cuando llegó a casa del doctor le temblaban las piernas, casi no se mantenía en pie. Él la recibió muy amablemente después de hacer que se tomara una tila, cuando estaba más calmada se sentó junto a ella en el sofá y cogiéndole las manos y mirándola a los ojos le dijo “Su marido está loco, creíamos que lo sabía, todo el mundo lo sabe, es hereditario. Su abuelo murió en un psiquiátrico y su padre aún está recluido allí, padece esquizofrenia. Esta enfermedad se caracteriza por impulsos anormales extremos y delirios, pero otras veces, pueden parecer personas normales”. Entendía ahora sus silencios, su extraño comportamiento, el que se negara a hablar de su familia. El doctor volvió más veces, ella era tan bonita y tan dulce. Consiguieron internarlo y declarar el matrimonio nulo. Rehizo su vida. Se casó con el doctor. Se trasladaron a su casa. Esperaba un hijo de él. La vida le parecía maravillosa, la casa era alegre y luminosa. Marian le ayudaba con los enfermos, sobre todo sabía tratar muy bien a los niños. Una mañana llegó a la consulta una viejita del lugar. Su marido había salido a visitar a un enfermo y Marian bajó a acompañarla. Hablaron de tantas cosas… ¿no sabía la señora que Jordán y el doctor eran hermanos? si… todos lo sabían, el doctor era fruto de los amores ilícitos del señor de la casa con una criada. ¡señora, señora¡ ¿qué le pasa?, está usted muy pálida ¡ayuda por favor, ayuda!. 51 por favor, ayuda!. 51 Concha Hernández RomeroConcha Hernández Romero

1 comentario:

Anónimo dijo...

Siempre te leo Conchi. Me agrada. No cambies...

Espero que Mis relatos y poemas sean de tu agrado