miércoles, 27 de junio de 2012

O tiempos o costumbres


Hubo un tiempo en que no había televisores de plasma, ni siquiera en blanco y negro, ni videos, ni DVD, ni TDT, ni Playstation, ni ninguna de esas zarandajas que nos roban nuestro precioso tiempo y, sobre todo, el de nuestros nietos. Una época en la que los niños jugábamos al aire libre, en la calle, y no sentados en un sofá todo el día. Y si se iba la luz, cosa bastante frecuente, no se paralizaba la vida domestica, porque se cocinaba con una cocinilla de petróleo, de esas de fuelle, se lavaba a mano y la ropa la secaba al sol. Solamente, que cuando llegaba la noche había que encender las velas, imprescindibles en todas las casas. Pero la vida seguía igual, no existía ninguna de esas escandalosa maquinas que nos facilitan las tareas domésticas, pero que nos ponen de los nervios. En ese silencio idílico estábamos, cuando llegó el milagro: la radio. Yo lo recuerdo perfectamente, a mi padre le prestaron una, la trajeron a mi casa, la pusieron encima de la mesa del comedor. Yo debía ser muy chica porque en mi recuerdo, estoy sentada encima de la misma mesa. Toda la familia, incluyendo tíos primos y sobrinos, estaba allí extasiada porque, señores, aquella cajita un poco mas larga que ancha, de color madera, que tenía por delante un trozo de tela como de arpillera, cuatro mandos y una especie de rejillita de madera, ¡hablaba!, ¡hablaba y hasta cantaba!, Todos estaban de pie, nadie osaba sentarse por si en esas se perdían algo. Durante todo el día no paró de entrar y salir gente, y a la hora del “parte” mis padres, que habían decidido comprarse una, ya no estaban seguros de si sería tan buena idea, pues los vecinos, conforme cogían confianza, se iban acomodando y ya no recordaban que sólo habían entrado un momentito a ver si era verdad lo que contaban los que salieron.
Ya de mayorcita recuerdo que me gustaba oír los discos dedicados porque había algunas dedicatorias muy graciosas como: “a fulano de tal de su novia, recordándole lo bien que lo habían pasado anoche”, ya sabía él por qué. Ellos lo sabían, nosotros lo intuíamos y a los nueve meses, todos teníamos la certeza. “A fulanita felicitándola por haber obtenido el título de corte y confección”, otras veces, era el carné de conducir. A los niños que hacían la primera comunión la dedicatoria era: “por haber recibido el pan de los ángeles”. A los soldados por haber terminado el servicio militar, también era muy frecuente: “a fulanito con cariño y simpatía desde la Villa de Teror o Ingenio o Agüimes o cualquier otro lugar de la isla. Otro era dedicado a Rosita, la chica mas guapa de su admirado que lo es, fulano. No sé si quería que todos supiéramos que ella estaba por sus huesos, vamos que, el dedicador era el objeto del deseo de Rosita o que el susodicho estaba un poco flojillo en gramática. Junto a un aparato de radio bordábamos mis hermanas y yo esos “juegos de tú y yo”, que ya les conté que tenemos nuevitos porque nunca tuvimos ocasión de usarlos.

1 comentario:

pancho dijo...

Recordé el programa, se llamaba: La ronda. Había una canción que se ponía casi todos los fines de samana, después de haber felicitado a fulanito y fulanita, por su próximo enlace matrimonial. Decía así:
Blanca y radiante va la novia,
le sigue atrás un novio amante,
Y que al unir sus corazones,
Hará morir desilusiones.
Ante el altar está llorando, ...

¡Otros tiempos,Conchita!