sábado, 23 de abril de 2011

Semanas Santas diferentes

Cuba, viernes 4 de abril de  1980, aunque el gobierno había abolido esa festividad, los católicos sentían en su corazón que era Viernes Santo. Radio La Habana difundía un  comunicado de Fidel Castro  que  decía  que  retiraba la guardia de la embajada peruana.

El matrimonio formado por Candelaria y Juan, nacidos en Cuba pero de padres y abuelos canarios, estaban pendientes de la radio, rápidamente enviaron emisarios al resto de la familia, que eran en total treinta personas, citándolas en su casa  y rogándoles que llevaran todos los alimentos que tuvieran. En menos de una hora viajaban todos en autobuses atestados para pedir asilo político  en la embajada peruana. En menos de treinta horas, más de once mil personas  se habían reunido en apenas media hectárea de terreno de la embajada, había gente en el tejado, encima de los árboles y aunque todos habían llevado lo que pudieron, faltaban alimentos y agua. Se pidieron médicos y enfermeras entre los que estaban en el recinto, se creó un hospital de urgencias, el gobierno negó una petición de medicamentos, a pesar de todo, se respiraba total optimismo, esa alegría  desapareció cuando el sábado de madrugada guardias y policías de paisano  empezaron a tirar piedras en el recinto.

El Domingo  de Resurrección no fue para ellos de alegría, empezaba a escasear  la leche para los niños, pero aún tuvieron que esperar en las peores condiciones hasta saber  que Castro había puesto un puente aéreo con Costa  Rica para sacar de la isla a los asilados en la embajada. Candelaria y los suyos fueron de los primeros en  salir,  a los tres días se corto el éxodo, a los que no pudieron volar se les pidió que volvieran a sus casas  y se les prometió  que no se tomarían represalias contra ellos y que saldrían en cuanto fuera posible. No fueron fáciles las cosas para ellos, ni siquiera cuando llegaron a la tierra de sus padres, pero estaban tan felices, y se sentían tan privilegiados en comparación con los que quedaron allí, que Candelaria me contaba muchos años después: “Si vieras, mi hijita, nuestra alegría sólo con oír hablar con el acento de los abuelos, tan querido por nosotros”. 

Desde que la conocí nunca falta la sonrisa de su cara. Un día lo comente con Juan, su marido, y me dijo: “Esa sonrisa se la encontró aquí, al bajar del barco, antes no la tenía”. 

2 comentarios:

Moisés Morán dijo...

Por suerte, las cosas están cambiando.

pancho dijo...

Lindo.