viernes, 23 de enero de 2009

¿Y la Mirra?

Con frecuencia, cuando llegan estas fechas, recuerdo un anuncio buenísimo de telefonía móvil que pusieron hace unos años en televisión, en el que uno de los Reyes Magos llevaba al Pesebre uno de estos nuevos aparatos y, ante la sorpresa de los presentes y la pregunta de: “¿Para qué sirve esto?” El Rey Mago ponía cara de ofendido al ver menospreciado su regalo y preguntaba a su vez: “¿Y la mirra? ¿Para qué sirve la mirra?”. La mirra no creo que le resulte imprescindible a nadie, pero ¿el teléfono móvil? Se ha convertido en una parte, y no la menos importante, de nuestro cuerpo. Es nuestra ayuda importantísima y nuestro mayor controlador, al mismo tiempo, es el cómplice de muchas mentiras. Recuerdo un día en que recién llegados en el único vuelo directo desde Alicante en la semana, mientras esperábamos las maletas, un “muchacho” de unos cuarenta años con ínfulas de conquistador y perdona vidas, sin el menor recato, le contaba, a la que debía ser su pareja, a través del móvil todas las mentiras que se le ocurrían aderezadas con una sarta de palabras engañosas como diría cualquier tango, a saber: “Mi amor, cariño. Estoy deseando verte, pero el vuelo no ha podido salir de Alicante por motivos que todavía no nos han comunicado, así que tendré que coger un avión hasta Madrid cuando pueda y, durante el día de mañana, creo que llegaré a Las Palmas”. Yo me puse en el lugar de la pobre chiquilla, solidaria que es una, aunque yo creo que él utilizaría otro calificativo más ofensivo y que hiciera mención a mi madre, y poniéndome detrás de él, a través de mi aparatito y rápidamente, pues no tuve que marcar ningún número, eche por tierra su coartada contando que ya estábamos en Gando, que el avión salió a su hora y directo de Alicante. Todo esto en un tono lo bastante alto como para que pudiera ser oído por ella. Él se volvió y me miró con cara de “¿Se notará mucho si la mato aquí mismo?” Y cortó la comunicación. Y a mí, que las mentiras me matan, pero que no quería causar un mal mayor, me fui en busca del malandrín y le dije: “Anda, llámala otra vez y dile que querías darle una sorpresa, llegar cuando ya no te esperara, pero que una vieja métomentodo te la arruinó”.
Los móviles han salvado muchas vidas, en accidentes, en gente que se ha perdido en las montañas. Nos ha evitado mucho sufrimiento a las madres y a las abuelas, cuando nos enteramos de algún accidente y enseguida podemos saber que no fue nuestro familiar.
En fin, que yo estoy a favor de esos aparatitos, pero no todo el mundo piensa lo mismo.
Un familiar mío se resistió con dientes y muelas a tener uno, entonces como no se lo compraba, los Reyes le trajeron uno hace un par de años, pero el pobre tiene tan mala suerte, que lo olvida en cualquier sitio, se le cae al agua, se lo pisan… ¡Oh, fíjense ustedes que una vez que fue de tenderete con unos amigos se le cayó dentro del mojo! Así que se está gastando tal dineral en móviles que yo estoy pensando que va a salir más barato comunicarse con él a través de un satélite.
Es imprescindible también para que los adolescentes puedan tener esas conversaciones tan importantes y tan enriquecedoras como la que escuche hace unos días mientras paseaba por la Avenida Marítima. La transcribo entera no vaya a ser que por torpeza mía se pierdan ustedes algún matiz de lo que la chiquita decía:
“¡Qué fuerte, qué fuerte, qué fuerte!” Silencio, que la interlocutora supongo que aprovecharía para cualquier comentario igual de profundo. Ya cuando me alejaba, oí otra parte del mensaje sin la cual no sería posible entender la totalidad, era esta: “!Cha piba, qué fuerte!”

1 comentario:

Moisés Morán dijo...

Es Conchi, los hombres somos como somos, unos infieles sin remedio. A la mínima nos salimos del tiesto. Es el ADN, dicen...yo mujer por buscar una escusa. Un beso y sigue escribiendo y manda un correo que mucha gente no se entera. Un beso