viernes, 3 de octubre de 2008

Piropos

Hace mucho tiempo, pero mucho, cuando yo era una mujer joven y no guapa, pero si vistosa y alegre (la alegría la conservo aún), recibí el piropo más sentido que más me llego al alma y que siempre recuerdo. Paseábamos mis hijos, mi marido y yo por la calle Sierpes de Sevilla cuando vi un portalón enorme que daba paso a un precioso patio andaluz, me detuve a mirarlo y entonces pude ver a un viejito, viejísimo diría yo, sentado en una silla de ruedas y que, a pesar del tórrido calor que derretía el chocolate, llevaba una manta sobre las piernas. Parecía que sólo le quedaba un halito de vida: estaba muy delgado, demacrado, sin pelo, yo le saludé sonriendo y él, usando todas las fuerzas que pudo juntar, me dijo el “guapa” más bonito y que más hondo me caló.
Otra vez, saliendo yo de un probador del Corte Inglés se me acerco un señor bastante mayor y con marcado acento gallego y me pregunto: “Dígame, por favor, ¿es aquí donde se cambian las señoras?” Yo, muy cortésmente como mi madre me había enseñado, le contesté: “Si, señor, aquí es” Él, con una sonrisa socarrona que le rejuvenecía diez años, me dijo: “¿Podría usted cambiarse por la mía que la pobre esta ya bastante deslucida?” Yo me reí a carcajadas y eso le hizo reafirmarse más en la propuesta de cambio, pues me contó que su mujer no se había reído así en la vida.
Esa preciosa costumbre del piropo se ha perdido, antes era moneda corriente, ahora los chicos ven pasar a niñas bonitas y apenas las miran. Claro se ha perdido el misterio, ahora ven todo lo que quieren cuando quieren y ya no es lo mismo, en mis tiempos, calculen allá por La Reconquista más o menos, si nos poníamos un vestido con mangas de hueco, así se llamaban entonces a los vestidos sin mangas, y levantabas el brazo, para arreglarte el pelo o simplemente para observar la reacción del colectivo masculino, todas las miradas se dirigían allí con la siempre frustrada esperanza de ver aunque sólo fuera el nacimiento de los pechos, esos mismos pechos que ahora vemos lo mismo en un anuncio de desodorante que en el telediario, bueno, siempre se exagera. Mi madre nos contaba que cuando nuestra abuela era joven se usaban faldas largas y los hombres se apostaban en los sitios estratégicos del pueblo, en los más ventosos como El Ejido, la plaza, para ver si, con un poco de suerte y con la inestimable ayuda de Eolo, se les removían las faldas y podían verles los tobillos. Mucho han cambiado las cosas desde entonces, hoy ya no se deja nada a la imaginación y no sé si eso será malo o bueno y, desde luego, no soy nadie para juzgarlo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo una vez iba con mi madre por la calle Francisco Gourié y un obrero de la construcción me señaló y le dijo a mi madre "señora, se la cambio por una lavadora". Mi madre no contestó nada, pero a mí me dijo, bajito, "no sabe ése lo que gastas tú en agua, en luz, en jabón y en suavizante".

Anónimo dijo...

Hola preciosa. Que alegría y que merito tienes Concha. Me han gustado como siempre tus relatos. Me he reido muchísimo con el relato "Alegantina y el piropo". ¿Qué arte y qué gracia tienes! Un beso enorme.

Nota:Muy bueno el piropo que le dieron a tu sobrina, pero sobretodo lo que le dijo a la madre a ella en voz baja.

Chari (compañera del taller de escritura)